Por Héctor José Corredor Cuervo
El día en que
Dios pensó en paraíso de mortales
con gran
variedad de flores, de clima y de
riqueza,
con agua en abundancia
para formar los raudales
creó esta tierra
opita de tan singular belleza.
Al ambiente lo
colmó con aromas naturales
de nardos, de
azaleas, de jazmines, de magnolias,
de lindas flores
de mayo y de blancos azahares
para perfumar el
alma entre las brisas eolias
A sus grandes
extensiones las llenó de arrozales
con las espigas
doradas cargadas de alimento
y en labranzas
pequeñas plantó bellos platanales
que sirven a
habitantes como base del sustento.
Allí puso al
pueblo opita cargado de ideales,
lo llenó de
transparencia y de una fina nobleza
como agua
cristalina nacida en los pajonales
que corre a
borbotones con afán y con pureza.
A senderos y
veredas los tapizó con guaduales
que sollozan de
dolor cuando se les hiere el alma,
que sienten la
agonía cuando secan manantiales
y ríen de alegría cuando se siente la calma.
A los aires los
llenó con sonidos celestiales,
con notas de guitarras, de tiples y de tambores,
con trinos de
las mirlas, de toches y de turpiales
que sirven de
inspiración a todos los trovadores.
A las tardes Él
cubrió con hermosos arreboles,
esos que hacen
anhelar con el sosiego del mundo
cuando se ven
las bandadas de alegres animales
que surcan en
lejanía desconociendo el rumbo.
En caminos
permitió los mitos más infernales:
El Hojarasquín, El Poira, El Taitapuro, El Mohán...
que se
inventaron nativos en tiempo inmemorable
para
asustar los incautos e infieles que se
van.
Esta es tierra del Huila de godos y liberales,
de izquierdas y
derechas, la tierra de promisión,
la que Dios nos
entregó con recursos naturales
para quererla
por siempre con todo el corazón.
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