jueves, 9 de julio de 2009

AL SUR COLOMBIANO


Por Héctor José Corredor Cuervo

Sobre el lomo del macizo en los Andes,
donde los montes crecen hasta el cielo,
está una tierra llena de volcanes
que custodian cual centinela fiero.

De las lagunas de belleza suma
vierten los ríos como gran milagro
y recorren los valles por fortuna
saciando sed y bendiciendo el agro.

En las noches se ven desde la cumbre
las estrellas palpitantes con vida
y las centellas con fugaz vislumbre
que parecen de nubes suspendidas.

Allí españoles en horas cenitales
sembraron fe, cultura y señorío
sobre bases de rasgos ancestrales
en un pueblo de corazón bravío.

De Agualongo, el bravo entre los bravos,
el pueblo noble heredó lealtad
y prefirió vivir sin ser esclavo
bajo sombras de Dios con hermandad.

Su raza, de nativos descendiente
que mora en las laderas y en montañas,
es diamantina, pura y transparente
cual las aguas que brotan sus entrañas.

Tierra grata de tambores y quenas
de criollos, de paéces y guambianos
que añoran vivir sin dolor, sin penas
sintiéndose orgullosos colombianos.

Tierra imponente de mujeres bellas,
que lucen cual las flores en la aurora,
quisiera verla siempre sin querella
y en libertad, con mente soñadora.

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